Los Rolling Stones mucho mas que una banda Rock

No hay como un poco de rock n’roll para dejar al lado banderas y dedicarse a una causa común, y ayer quedó claro que los Rolling Stones todavía son una gran causa. 55.000 personas llenaron el Estadio Olímpico de Barcelona para celebrar a una banda capaz de reunir a tres generaciones de una misma familia, todas con la misma expectación. ¿Sería la última vez que viniesen a tocar a Barcelona? Las casas de apuestas aseguran un rotundo no. Pero ayer la gente parecía querer disfrutar como si fuese su último día en la tierra. Si hasta el personal de seguridad de los ocho puntos de control de acceso al recinto eran de una amabilidad y alegría extrema. Uno entraba feliz, no había otra.

Cuatro enormes monolitos de pantallas de leds de 22 metros presidían un escenario que no tardaría en producir los primeros gritos de éxtasis. Es lo que pasa cuando todo se tiñe de rojo, empiezan a salir llamas desde las alturas, y se escuchan los primeros acordes de «Sympathy for the devil». El rugido del público fue tan ensordecedor que cerca de allí estallaron vasos, botellas y hasta urnas. Los sibilinos contorneos de Mick Jagger no se hicieron esperar. El icónico cantante de 73 años parecía eso, un hombre de 73 años, pero poseído por el espíritu burlón del pato Lucas. Su catálogo de muecas es casi tan antológico como sus canciones, o al menos el público respondía con el mismo entusiasmo. «Qué tal están», exclamó entonces Jagger, y la respuesta fue unánime: «!Bieeen!».

Cuando arrancaron su segundo tema con «It’s only rock n’roll (but I like it)», la alegría era tan contagiosa que quedó claro que eso no es sólo rock n’roll, es algo más importante. Jagger ya se había quitado su chaqueta y se paseaba por la pasarela en forma de T, que se hundía en medio del público. No hay que minimizar lo que nos gusta, es lo más importante.

Ron Wood y Keith Richards seguían su propio concierto, pero eran como las líneas paralelas de una guitarra que no se cruzan pero capturan hermosas melodías. Aquí Jagger se dirigió al público en catalán para reforzar su unión con él, y vaya si estaba unido, como demostró la coreadísima versión de «Tumbling dice». Entonces pasaron al blues, con Richards pasándole una harmónica a Jagger. La revisión de «Just Your fool», de Buddy Johnson, volvió el escenario azul, con las pantallas en blanco y negro, recordando que los Rolling fueron una vez niños enamorados del blues. La energía antediluviana continuó con «Ride ‘em on down, de Jimmy Reed, calmando las pulsaciones que se estaban acelerando de lo suyo.

Pero basta de blues. Jagger empezó a contar que éste era su octavo concierto en Barcelona, «y no puedo creer que hayan pasado diez años del último», dijo en un entrecortado español. Entonces tocó la canción escogida por el público, en esta ocasión «Under my thumb». Buena elección, sin duda, con protagonismo para un Richards deliberando grandes fogonazos de energía. Habían pasado media hora de concierto y el bueno de Charlie Watts no había cambiado de cara. El contraste con Jagger sigue siendo hipnótico.

Con el tierno medio tiempo de «You cant always get what You want» volvieron a la senda de los grandes éxitos, que no abandonarían hasta su apoteósico final con «Jumpin Jack Flash». El público, por orden de Jagger, empezó a cantar el estribillo con la convicción de que no siempre consigues lo que quieres. Pero ayer sí, ayer eran los Rolling Stones con todos sus éxitos, dejándolo todo en directo, no se podía pedir más. «Cantáis maravillosamente, Barcelona», dijo entonces Jagger, y era mentira, pero que bien sienta que te mienta gente como Jagger.

El concierto había cogido velocidad de crucero. Con «Paint It Black» el escenario se volvió negro y se tuvo la sensación que los 60 fueron ayer y mañana también, con la magia de la psicodelia conquistando al público. Uno de los momentos indiscutibles de la noche. Pero los Rolling Stones son rock n’roll y con «Honky tonk woman» la casa se vino abajo. «Estáis preparados», gritó Jagger y el público lo estaba, no había duda, con todos cantando a coro el estribillo.

El concierto dio un tumbo de 180 grados entonces, cogiendo el micro un Richards que ha hecho de su personaje una leyenda. «Happy» y «Slipping away» demostraron que, en tema de carisma, no tiene nada que envidiar a Jagger. «Me lo estoy pasando muy bien en Barcelona», dijo Jagger asegurando que había comido unas deliciosas butifarras y un «trinxat». Luego empezó a presentar a la banda, con Wood corriendo feliz por la pasarela, y Watts tan serio como siempre. Los «oé, oé, oé» no dejaban a Richads casi hablar, pero habló y empezó a cantar, y entonces todos callaron.

El fin de fiesta fue eso, un gran final de una de esas fiestas de las que nadie se querría irse nunca. De «Midnight rambler» a «Start me Up», pasando por «Brown sugar» y, como no, «I cant get no satisfaction», antes de iniciar los bises con «Gimme shelter». Una noches de esas, en definitiva, para recordar y poder decir con orgullo a tus hijos: «Yo vi a los Rolling Stones». Y eso que muchos ayer ya llevaron a sus hijos, incluso a sus nietos. No es sólo rock n’roll, es hacer familia y comunidad.