Macaulay Culkin, 25 años después: la turbulenta historia familiar del niño que se retiró millonario a los 14

Antes de ser famoso Macaulay Culkin compartía habitación con sus seis hermanos. Cuando ganó 45 millones de euros en cinco años, su padre le seguía obligando a dormir en el sofá de su propia mansión para que no se le subiese la fama a la cabeza. Hoy se cumplen 25 años de Niño rico (1994), su jubilación con 14 años.
Con esa edad, Culkin, la mayor estrella infantil de la historia de Hollywood junto con Shirley Temple, se emancipó legalmente de sus padres, nombró a su contable como tutor jurídico y no ha vuelto a hablarse con su padre. Desde entonces, han corrido ríos de tinta sobre esta turbulenta relación familiar. Aunque durante los últimos años ha sido el propio Culkin quien se ha pronunciado –principalmente en una entrevista concedida en 2018 al podcast estadounidense WTF–, los relatos se remontan a mediados de los noventa y al tempestuoso divorcio de los padres del actor.

Kit Culkin era un actor de teatro frustrado: llegó a actuar con Laurence Olivier en Beckett. Su obsesión era salir del pequeño apartamento de dos habitaciones donde vivía la familia Culkin: nueve miembros en total (los dos padres y los siete hijos).
Kit ya había paseado a dos de sus hijos por todos los castings que pudo.
No tuvo suerte. Hasta que lo hizo con Macaulay (Nueva York, 1980).

El chaval tenía un encanto a medio camino entre El Principito y Bart Simpson y una memoria prodigiosa para recordar diálogos, así que no le faltó trabajo desde su debut teatral con cuatro años.

Cuando tenía nueve rodó Solo en casa (1990), la tercera película más taquillera hasta aquel momento (tras E. T. y La guerra de las galaxias), y Kit dejó su puesto como sacristán en una parroquia católica para dedicarse a ser su mánager. Tres años después, en 1993, la revista Premiere nombraría a Kit Culkin una de las 50 personas más poderosas de Hollywood.

Macaulay había cobrado 240.000 euros por interpretar a Kevin McCallister, protagonista de Solo en casa, un personaje que causó sensación porque no respondía a los arquetipos infantiles del cine americano (gamberro, marginado o repelente). Kevin era un niño normal. La filmografía de Macaulay consistía en cumplir los sueños de cualquier chaval de su edad: quedarse solo en casa sin supervisión paterna, enamorarse por primera vez (Mi chica, 1991, por la que se convirtió en el primer niño en cobrar un millón de dólares por película), vivir aventuras dentro de sus libros favoritos (El guardián de las palabras, 1994) o tener un McDonald’s en casa y a Claudia Schiffer como entrenadora personal en (Niño rico, 1994). Y luego está El buen hijo (1993), un thriller psicológico que chirría entre tanta comedia para toda la familia. El traumático final de El buen hijo, al borde de un acantilado, resulta entrañable comparado con la extorsión que Kit Culkin perpetró sobre los productores de la película, 20th Century Fox, la misma que Solo en casa.

 

El pasado febrero, los comentarios en directo de Macaulay Culkin sobre la última ceremonia de los Oscar se viralizaron en Twitter (“No me puedo creer que sea el quinto año en el que no aparezco en el In Memoriam… y mirad que lo he intentado con fuerza”). Mucha gente expresó su deseo de que Culkin presente la gala el próximo año y lo cierto es que sería un gesto poético por parte de la industria de Hollywood. Claro que eso significaría mirar a los ojos al fantasma de su hijo pródigo. Significaría reconocer su culpabilidad. Y Macaulay Culkin tampoco necesita a Hollywood: más allá de sus récords, de su fortuna y de su lugar de honor en la cultura popular, el verdadero triunfo de Macaulay ha sido vivir para contarlo. Y encima reírse de ello.

 

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6, 7 y 8 de Febrero